La pequeña Armenia en Santiago


Pasan inadvertidos en la ciudad. Así y todo hay una plaza que lleva el nombre de su país, un local con dulces típicos de su cultura y una casona donde suelen reunirse. Los armenios que echaron raíces en la capital, no miraron nunca más hacia atrás una vez que se instalaron aquí.

por Carlos Reyes B.

KISHER PARI. Así les desea Elizabeth Karahanian Dersdepanian buenas noches a sus tres hijos,
José Manuel, Tomás y Jacinta, antes de ir a dormir. «Hablar en armenio, aunque sean unas pocas frases, es maravilloso, porque es como un idioma secreto». Sucede que hay sólo 80 familias en la capital y la probabilidad de encontrar armenios acá es remota. Tan remota, como la tierra de donde provienen: los valles del Monte Ararat en el Cáucaso que, según la Biblia, fue donde llegó a reposar Noé después del diluvio.

Aunque no existe un «barrio armenio», en la época en que llegaron a Santiago (década del 40) se instalaron en Ñuñoa, cerca de Irarrázaval. Hoy, aunque están repartidos en distintos lados, hay hitos que permanecen en el corazón de esa comuna. Sin ir más lejos, la pequeña plaza ubicada en la intersección de Irarrázaval con Chile-España se llama Armenia. Fue inaugurada en 1988 por el alcalde Pedro Sabat y bajo el patrocinio de la colonia, cuyo presidente era Jacques Karahanian, padre de Elizabeth. El otro es una tienda de dulces orientales ubicada a tres cuadras
al poniente de la plaza, en Villaseca, donde su dueño -Esteban Mizadjian-, de unos penetrantes ojos azules y barba blanca, vende exquisiteces hechas de nuez y miel. «Hace 55 años que llegó mi familia a la ciudad y yo llevo 38 años trabajando acá en Ñuñoa», dice.

Y el último hito está a 10 cuadras al oriente de la Plaza Armenia. Se trata del Hay Dun -o «casa armenia», en español-, el lugar donde se reúne la colectividad para conmemorar fechas importantes. Ahí, sólo un cartel de bronce, con los colores rojo, azul y amarillo de su bandera, la diferencian de las antiguas casas de la zona.

No existe un colegio o un estadio armenio en Santiago, como los que tienen las colonias francesa, italiana o israelita. Tampoco una iglesia que los congregue. «Ni hay un restaurante. Sería bueno, porque la comida es fabulosa», dice el historiador Ricardo Couyoumdjian.

Aunque las reuniones que hacen son pocas,
todas se realizan en el Hay Dun. Son dos las fechas que no se dejan de celebrar: el día de la Independencia de Armenia de la Unión Soviética, que es el 21 de septiembre, y el Día de los Mártires. Este último, el 24 de abril, marca la fecha de matanza y exilio de los armenios, cuando tuvieron que huir de los turcos que iban conquistando territorios durante el imperio turco-otomano. «Ese día se hace una misa en la capillita de la casona y la preside un sacerdote ortodoxo. Luego rezamos», dice Elizabeth. Lo hacen frente a un símbolo, que es un monolito de roca en forma de cruz llamado jachkar. Este representa la unidad en la diáspora armenia. «Después comemos un postre hecho de maicena con canela, azúcar y nueces, en honor a los muertos», agrega.

También se pueden celebrar otros eventos, como matrimonios. «Cuando yo me casé, fue como la película del matrimonio griego: achoclonados, buenos para conversar, discutir y reír», cuenta Elizabeth.

Navidad para los armenios cae en una fecha distinta. Se celebra el 7 de enero, pues se rigen por otro calendario, el juliano (ruso), a diferencia del gregoriano que se usa en Occidente. Pese a ello, Claudia Melkonian dice celebrar la Navidad como cualquier santiaguina. «Mi familia decidió criarnos a la chilena, abiertos al resto de la sociedad. En Navidad igual comemos baturma, un embutido típico de allá que le encanta a mi padre», cuenta Claudia. Para Pascua, es tradición pintar huevos duros de color rojo y repartirlos entre la familia.

Karaharian, Melkonian, Couyoumdjian, Mizadjian… Esa es la pista para conocer quién es armenio. La terminación «ian» significa «hijo de». Por ejemplo, Melkonian es hija de Melkon (Melchor). «Y cada vez que conocemos a alguien con un apellido así, terminamos contándonos historias de cómo llegaron nuestros padres a la ciudad», dice Claudia.

Por ejemplo, su abuelo huyó a los 10 años de los
turcos y, luego de una escala en Siria, donde conoció a su futura mujer, Wardi, llegaron a vivir a una casona de Irarrázaval. Pese a que su crianza es común a la del resto de los capitalinos, tiene una curiosidad constante por leer sobre su cultura. Incluso, ha viajado a Buenos Aires -donde la comunidad armenia es más grande, con colegios, embajada e institutos- para conocer más sobre sus raíces. Ninguno de los cuatro ha viajado alguna vez a la tierra de sus padres.

«(Los armenios) quedamos medio perdidos en la lista de inmigrantes. Hay algunos inscritos como griegos o como rusos. Y hay de los que ni saben que lo son», dice Ricardo.

«Yo me siento armenia y quiero mantener esa tradición con mi familia. Mi hijo mayor tiene un alfabeto armenio en su pieza y hasta mi marido, que es chileno, dice ‘buenas noches’ en el idioma», ríe Elizabeth.

Fuente: LA TERCERA, 15 de marzo de 2012

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http://diario.latercera.com/2012/03/15/01/contenido/santiago/32-103826-9-la-pequena-armenia-en-santiago.shtml

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